Dos
investigaciones científicas recientes muestran cómo se están afectando a los
alumnos de las escuelas rurales fumigadas en nuestro país. ¿Por
qué decimos que la población infantil es más vulnerable frente a las
pulverizaciones con biocidas?
Por Facundo Viola
(Periodista)
El uso de pesticidas es, todavía, el
modo generalmente más aceptado para limitar la expansión de “enfermedades” de
los cultivos agroindustriales, conformando una categoría heterogénea de
químicos sintéticos específicamente diseñados para el control de las llamadas
plagas, malezas o enfermedades de las plantas. Sin embargo, los
productos biocidas tienen efectos nocivos y dañan la salud humana así como
el ambiente, por eso los pobladores afectados por las fumigaciones los
denominan "agrotóxicos".
Estos químicos de uso agrícola
pueden producir efectos agudos o crónicos en la salud de la población, y muchos
de ellos son capaces de provocar daños
en el material genético. La modificación en la información de los
genes determina un alto riesgo de
padecer cáncer. El rango de los posibles efectos adversos sobre la salud
-científicamente comprobados- incluye, también: daño al sistema nervioso,
daño pulmonar, daño a órganos reproductivos, disfunción del sistema endocrino y
del sistema inmune, y defectos del nacimiento.
“Los
niños no son adultos pequeños”, sostiene -en varios de sus
documentos- el equipo para la Protección
de la Salud Ambiental de los Niños, perteneciente a la Organización Mundial de
la Salud (OMS). La premisa que está detrás de este principio es que la
población infantil tiene una excepcional vulnerabilidad a los efectos agudos y
crónicos de los peligros ambientales. Por ello se reconoce que los niños
requieren de una estrategia adecuada para la evaluación del riesgo que
considere sus características particulares. (1)
Las consecuencias de la exposición
ambiental a los agrotóxicos pueden manifestarse como alteraciones o daños de manera permanente a
los sistemas en desarrollo de un niño, y sin embargo no significar daño alguno
para la salud de un adulto. Los más pequeños beben más agua, consumen más
alimentos y respiran más aire por peso corporal que los mayores. Debido a su
conducta “mano a boca” tienen más chances de ingerir compuestos tóxicos
presentes en el agua, suelo y polvo de los hogares. Por su estatura menor
pueden tener mayor exposición al vapor de pesticidas volátiles. Además, los
niños pueden diferir de los adultos en los niveles de detoxificación, en los
procesos de reparación del ADN, y en la proliferación celular.
En Argentina, el modelo
agroproductivo basado en el uso de plaguicidas insume anualmente 420 millones
de litros de estas sustancias químicas. Existen en el país evidencias de
contaminación por plaguicidas en distintos ambientes y se ha reportado daño
genético en poblaciones infantiles relacionadas con fumigaciones, constituyendo
un tema de preocupación creciente entre la ciudadanía. Las escuelas rurales de
nuestro territorio nacional se encuentran mayormente inmersas en áreas
dominadas por agricultura extensiva. Solo en las provincias de Santa Fe y Entre
Ríos hay más de 1500 edificios escolares que son fumigados a escasos metros,
año tras año.
Los dos recientes trabajos
científicos que se exponen a continuación, surgieron con el objetivo de
determinar la exposición ambiental a los agrotóxicos en escuelas rurales y
caracterizar el riesgo específico asociado para la salud infantil. Los
resultados de las investigaciones fueron presentados, hace unas semanas atrás, en el Séptimo
Congreso Argentino de la Sociedad de Toxicología y Química Ambiental (SETAC).
Una de ellas , denominada "Monitoreo integral, ambiental y genotóxico en
estudiantes bajo condición de ruralidad, asociado a la problemática del uso de
plaguicidas", fue realizada por los científicos Santillán, Aiassa, Mañas y
Marino, pertenecientes unos al CIMA –CONICET - Facultad de Ciencias
Exactas, Universidad Nacional de La Plata, y otros al Laboratorio
Gema-Departamento de Ciencias Naturales, Universidad Nacional de Río
Cuarto.
El estudio mencionado se realizó en
el departamento Uruguay de la provincia de Entre Ríos. Tras conocerse los
resultados, la docente perteneciente a la campaña Paren de Fumigar las
Escuelas, Mariela Leiva, expresó a los medios de comunicación que las
investigaciones corroboran que “los
niños que están a menos de 500 metros de la zona de fumigación tienen daños
genéticos. Lo nuestro es el primer análisis que tiene la causa demostrando el
efecto”, ya que se “extrajo material de chicos que estaban cerca de las zonas
fumigadas y, por otro lado, de niños de las ciudades”, resaltando que “el daño genético puede traer aparejadas
distintas enfermedades a lo largo de su vida”.
El monitoreo epidemiológico,
realizado sobre población de 5 a 13 años de edad, demostró que la alteración
celular era mucho más alta que la referencia citada en la bibliografía
internacional, detectando "genotoxicidad" por test de micro núcleos
(MN) en la totalidad de los 48 niños analizados. Los alarmantes resultados
ponen en evidencia las consecuencias del modelo productivo sobre la población
más vulnerable. (2)
Por otra parte, en la otra
investigación dirigida por el Dr. Damián Marino, también presentada en la SETAC
2018, se relevaron siete escuelas rurales del centro-este de la provincia de
Entre Ríos, en campañas de alta y baja intensidad de aplicación de plaguicidas:
entre noviembre y diciembre de 2015; y entre mayo y junio de 2016, tomando
muestras de suelo, agua subterránea y aire ambiente. Según metodologías
internacionales, se exploraron 25
principios activos entre herbicidas, insecticidas y fungicidas. (3)
Los resultados son elocuentes ya que
el 75% de las escuelas relevadas exhibió lotes fumigados a menos de 50 metros
de sus límites perimetrales y todos los sitios presentaron concentraciones
detectables de glifosato y su metabolito AMPA, entre otros compuestos.
*
Suelo: en el 100% de las muestras se halló
al menos un plaguicida, mientras que en el 55%, 3 o más agrotóxicos, con un
máximo de 10 químicos en una de ellas, siendo Glifosato el de mayor frecuencia
de detección (90,0%); la concentración máxima correspondió a Tebuconazol
(12.802 ug/kg).
*
Agua subterránea: se detectó Atrazina en dos escuelas
y Clorpirifos en una, en todos los casos por debajo del límite máximo
permitido. Bien vale aclarar que en nuestro país están muy por encima de lo que
son los límites tolerables en Europa, por ejemplo.
*
Aire ambiente: se detectó Glifosato y su
metabolito AMPA en el 100% de los sitios, con niveles máximos mayores
a las referencias internacionales; hubo positivos para Endosulfán,
Clorpirifós y Cipermetrina. La evaluación realizada a partir de estos niveles
mostró riesgo de efecto adverso para la salud infantil por exposición a
Cipermetrina.
Sabiendo que los niños son desproporcionadamente más
susceptibles a los agrotóxicos en comparación con los adultos, y ante el
creciente número de evidencias aportadas por la “ciencia digna” acerca del
impacto que genera la exposición ambiental, los gobiernos están obligados a
generar herramientas para prevenir posibles daños en la salud de los alumnos y
otros miembros de la comunidad educativa de la zonas rurales. De ninguna manera
la defensa de intereses patrimoniales puede priorizarse sobre el derecho a la
salud y a un ambiente sano. Se trata de la propia supervivencia humana.
Las fumigaciones a exiguas
distancias de escuelas resultan contrarias al artículo 41º de la Constitución
Argentina, el que consagra el derecho a vivir en un ambiente sano. Además, el
principio de Prevención plasmado en la Ley General de Ambiente, obliga a los
distintos poderes del Estado a que, si el riesgo puede ser conocido
anticipadamente, se adopten medidas para neutralizarlo. A esta altura, ningún
funcionario responsable puede hacerse el distraído. (4)
•
"Nada justifica el silencio cuando se trata
de la salud pública". (Dr. Andrés Carrasco)
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